jueves, 7 de junio de 2012

Disparadores trágicos (o trágicos ayudándome a pensar)


Salón amplio, estamos en el Siglo XXI d.C. pero también en el Siglo V a.C..
A la izquierda Electra, a la derecha Antígona. Adelante, al centro, Medea. El público alrededor.
El piso es de cemento. Pero suave, casi subterraneo, se escucha el murmullo de un río.

ELECTRA: ¿Habrá hecho bien mi madre en matar al que me engendró? ¿es acaso él mi padre? busco entre nieblas el rostro de aquel que gestó mi cuerpo. ¿Es acaso sólo el que ha puesto el semen mi progenitor? No. Yo nací denuevo: del sudor y del sol.

ANTÍGONA: ¡Ay de mi! condenada hija del soberbio Edipo. Sobre mis hombros el horror de un padre que arruinó una nación por su estupidez y ceguera. ¡Cerrar las compuertas del cielo! ¡dejarnos morir arrancándonos los ojos unos a otros! No merecemos escuchar a los oráculos, no merecemos que los dioses nos hablen. El poder nos ha corrompido, arrastramos los brazos por la tierra que ya no nos cobija. Los buitres se comen la carne de mi hermano y mi hermana una santurrona que no hace más que besarle el culo al poder. ¡Que la peste nos cubra! con democracias despóticas como esta ya no merecemos vivir.

MEDEA: Veo en sus corazones las sombras, desconsoladas gimen yermas y divididas por el desierto. Si tan solo pudieran unir sus lazos. Si tan solo sus vientres conjugaran los azares de la vida con el néctar de la ternura, encontrarían el consuelo que tanto buscan. Pero despotricadas como perros salvajes rumean la locura y caminan en círculos. Respiraré sobre sus almas perturbadas hasta encontrar la forma, no de acallar sus voces, sino de lograr que salgan limpias y seguras como el canto de los arroyos que buscan el mar.