El cerebro estalla y buscamos una fórmula, una verdad revelada que nos de consuelo, que nos contenga, que de sentido y justificación a nuestras acciones, a nuestra vida. Una vez hayada ésta arreglamos todas nuestras ideas, nuestros pensamientos, nuestros sentimientos en función de esta Idea madre. La bautizamos nuestra Idea Fundadora, la justificación perfecta para todo. Pero ella es ajena a la realidad, no es tangible y -más de una vez- nos imposibilita el verdadero contacto con los fenómenos.
Entonces intentaremos, una vez más, ordenar el caos. Pues el cerebro volverá a estallar, transformándose en miles de partículas inconciliables. Y La Desesperación volverá a reinar y otra vez imploraremos por una estructura. Y eh aquí que surgirá La Verdad, obligando a entrar allí a todo acontecimiento, matando toda sensibilidad, toda percepción real.
Y otra vez el caos... La Verdad... el leve alivio... la realidad... la estúpida y cruel realidad... la frustración... el caos...
Y un día probamos romper el círculo y las verdades se vuelven olas dentro de este naufragio. Pero estamos aferrados a un timón firme, somos dueños de nuestro rumbo. Somos protagonistas y creadores de verdades, somos protagonistas y creadores de nuestra vida.
Somos uno con el caos.
Somos uno con el cosmos.